“El ser humano es el ser fronterizo que no tiene ninguna frontera. El cierre de su ser-en-casa por medio de la puerta significa ciertamente que separa una parcela de la unidad ininterrumpida del ser natural.”
Encontramos esta afirmación de Simmel, sociólogo alemán, en un delicioso artículo publicado en 1909 con el título de Puente y puerta. En dicho texto apunta una idea que me resulta fascinante: mientras que la puerta separa, el adentro del afuera, el puente une.
Me atrevo a repensar esa idea contemplando lo que pareciera una puerta en mi andadura.

La naturaleza cambia el significado de la puerta al no precisar la diferencia entre el cerrar o el abrir, el unir y el separar.
Quizás nuestras biografías contengan esas puertas “naturales” que uno atraviesa sin casi darse cuenta, que solo sabe ver a la distancia y que cuando las cruza se confunden con el mismo caminar.
Esta idea asoma a mi mente mientras estoy repasando mi curriculum vitae o “camino de la vida” en su traducción literal: tareas que se abren y cierran porque empiezan y acaban, trabajas que unen o separan, logros que alegran y fracasos que duelen (o al revés). Quizás las puertas son a veces automáticas porque la vida no siempre exige esfuerzo, o blindadas porque en ocasiones sentimos que hay tareas titánicas e imposibles, o giratorias pues nos confundimos al no saber si entramos o salimos, o correderas cuando el espacio no parece el suficiente…

¿Y si la vida, como ocurre en la naturaleza, no precisara de puertas cerradas?
Ilustraciones de Massimo Pietrobon (2021). Instagram